viernes, 24 de mayo de 2013

Yo confieso

Confieso que me cautiva visitar algunas iglesias, disfrutar de su arquitectura, su historia, y contemplar obras integradas en el arte religioso que, teniendo en cuenta la influencia que la religión católica ha tenido en nuestro pasado, son muy numerosas y nos han dejado un legado artístico de gran relevancia. Sin embargo, también confieso que soy atea. Y es que la fe y la cultura son cosas bien distintas y, aunque confluyan en muchas ocasiones, debemos ser coherentes con el lugar que a cada una le corresponde. Si el arte y la historia, como otras materias, son correctamente integradas en el sistema educativo, no lo es la religión. Porque la fe mueve montañas, pero no debe traspasar ciertos límites.
La nueva ley educativa es un tema que se ha masticado mucho los últimos días. Aunque no por ello debamos callarnos pecando de redundantes, ya que cuantas más voces coincidan, más claro quedará que muchos, como yo, están en total desacuerdo con que la religión católica forme parte de la enseñanza y, lo que es peor, sea equiparable a otras asignaturas. Quizás de este modo, la Conferencia Episcopal caiga en la cuenta de que es totalmente falso que la gran mayoría de los ciudadanos –más de un 70%- deseen llevar a sus hijos a un colegio religioso. Y es que los representantes del catolicismo defienden a capa y espada la enseñanza de la misma en los centros educativos y se atreven a considerarlo un “servicio democrático”. Pues bien, la nueva ley, que se autodenomina “mejora de la calidad de la enseñanza”, provocará precisamente un empeoramiento en el sistema educativo, discriminando a alumnos ateos, que profesan otras religiones y, lo que es peor, anteponer las necesidades de los centros religiosos privados a las de los públicos. Parte de nuestros impuestos serán destinados a este tipo de centros y se continuarán concediendo subvenciones a los centros segregados por sexo. Esto es inadmisible. ¿Anteponemos la fe y la enseñanza privada a la educación accesible para todos? Teniendo en cuenta que España se está convirtiendo en el mundo al revés, no nos debería extrañar que las cosas cambien. Esta vez, se roba a los pobres para ofrecérselo a los ricos, y se intenta imponer la enseñanza religiosa en contra de las creencias particulares de cada individuo.
Existe en el borrador de la ley la alternativa a la asignatura de religión que, con toda seguridad, encubre enseñanzas aferradas a la doctrina católica, bajo el nombre de “Valores éticos y culturales”. La religión se basa en la fe, en las creencias, y la enseñanza nada tiene que ver con el adoctrinamiento de las mismas, sino con conocimientos empíricos y acreditados.
Cabe decir que sería interesante optar a asignaturas del tipo “historia de las religiones” y conocer, independientemente de si somos ateos, budistas o musulmanes, la historia de los dogmas que se profesan en otras culturas. Porque para entender algunas representaciones artísticas, muchas consideradas obras maestras, es necesario entender en qué consisten las religiones en las que éstas se enmarcan.

Esto no hace más que reiterar que España está lejos de ser un estado laico, en el que debería existir una enseñanza laica, y finalmente se arrodilla, y no precisamente para rezar, ante la Conferencia Episcopal, a quien tiene totalmente satisfecha. Estoy completamente segura de que muchos católicos de este país estarían de acuerdo, y no como piensa nuestro gobierno, en diferenciar dos cosas que son totalmente distintas. 

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