Confieso que
me cautiva visitar algunas iglesias, disfrutar de su arquitectura, su historia,
y contemplar obras integradas en el arte religioso que, teniendo en cuenta la
influencia que la religión católica ha tenido en nuestro pasado, son muy
numerosas y nos han dejado un legado artístico de gran relevancia. Sin embargo,
también confieso que soy atea. Y es que la fe y la cultura son cosas bien
distintas y, aunque confluyan en muchas ocasiones, debemos ser coherentes con
el lugar que a cada una le corresponde. Si el arte y la historia, como otras
materias, son correctamente integradas en el sistema educativo, no lo es la
religión. Porque la fe mueve montañas, pero no debe traspasar ciertos límites.
La nueva ley
educativa es un tema que se ha masticado mucho los últimos días. Aunque no por
ello debamos callarnos pecando de redundantes, ya que cuantas más voces
coincidan, más claro quedará que muchos, como yo, están en total desacuerdo con
que la religión católica forme parte de la enseñanza y, lo que es peor, sea
equiparable a otras asignaturas. Quizás de este modo, la Conferencia Episcopal
caiga en la cuenta de que es totalmente falso que la gran mayoría de los
ciudadanos –más de un 70%- deseen llevar a sus hijos a un colegio religioso. Y
es que los representantes del catolicismo defienden a capa y espada la
enseñanza de la misma en los centros educativos y se atreven a considerarlo un
“servicio democrático”. Pues bien, la nueva ley, que se autodenomina “mejora de
la calidad de la enseñanza”, provocará precisamente un empeoramiento en el
sistema educativo, discriminando a alumnos ateos, que profesan otras religiones
y, lo que es peor, anteponer las necesidades de los centros religiosos privados
a las de los públicos. Parte de nuestros impuestos serán destinados a este tipo
de centros y se continuarán concediendo subvenciones a los centros segregados
por sexo. Esto es inadmisible. ¿Anteponemos la fe y la enseñanza privada a la
educación accesible para todos? Teniendo en cuenta que España se está
convirtiendo en el mundo al revés, no nos debería extrañar que las cosas
cambien. Esta vez, se roba a los pobres para ofrecérselo a los ricos, y se
intenta imponer la enseñanza religiosa en contra de las creencias particulares
de cada individuo.
Existe en el
borrador de la ley la alternativa a la asignatura de religión que, con toda
seguridad, encubre enseñanzas aferradas a la doctrina católica, bajo el nombre
de “Valores éticos y culturales”. La religión se basa en la fe, en las
creencias, y la enseñanza nada tiene que ver con el adoctrinamiento de las
mismas, sino con conocimientos empíricos y acreditados.
Cabe decir
que sería interesante optar a asignaturas del tipo “historia de las religiones”
y conocer, independientemente de si somos ateos, budistas o musulmanes, la
historia de los dogmas que se profesan en otras culturas. Porque para entender
algunas representaciones artísticas, muchas consideradas obras maestras, es
necesario entender en qué consisten las religiones en las que éstas se
enmarcan.
Esto no hace
más que reiterar que España está lejos de ser un estado laico, en el que
debería existir una enseñanza laica, y finalmente se arrodilla, y no
precisamente para rezar, ante la Conferencia Episcopal, a quien tiene
totalmente satisfecha. Estoy completamente segura de que muchos católicos de
este país estarían de acuerdo, y no como piensa nuestro gobierno, en
diferenciar dos cosas que son totalmente distintas.
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