lunes, 21 de febrero de 2011

Un sexo desconocido

       Ya hace unos cuantos días que la noticia irrumpió en el mundo de la moda. Andrej Pejic, de tan sólo 19 años, ha causado furor con su imagen andrógina: la ambigüedad que muestra su imagen física nos hace dudar sobre el sexo al que pertenece. Este hecho ha dado otra vuelta de tuerca a este mundo estético del que creíamos haber visto todo. La polémica está servida. Descubierto por uno de los grandes, Jean Paul Gaultier, el modelo bosnio ha protagonizado campañas de diseñadores que son iconos del mundo de la moda, e incluso ha aparecido vestido de novia, con velo y todo, cerrando un desfile, para sorpresa de muchos e indiferencia de unos pocos.


       Andrej Prejic está como pez en el agua con el impacto que su físico ha causado. Él mismo ha declarado que le han confundido con su sexo opuesto en numerosas ocasiones. Algo que, según parece, no le importa en absoluto.
Este “fenómeno” -porque lo podemos llamar así- ha irrumpido en las pasarelas con gran acogida. Aunque quizás no sea tan inesperado… Y es que llevamos algún tiempo viendo como se promulga un canon de belleza extremadamente delgado, sin curvas ni formas e incluso aspectos un tanto enfermizos. ¿Será este el ideal de belleza futuro? En un mundo lleno de artificios, se nos muestran las tendencias que se llevarán la próxima temporada. Aunque yo me aventuro a decir algo más: probablemente nos estén anticipando lo que se “llevará” en el futuro en cuanto a ser social y humano se refiere, al modo de entender uno mismo su propia condición. ¿Pero acaso no es esto arriesgar nuestra propia identidad? Jugar a lo ambiguo puede resultar negativo para nosotros, y es que debemos salvaguardar nuestra esencia misma. En un mundo lleno de clones y siguiendo aquello que se nos impone hasta la saciedad, estar entre un sexo y otro, aunque sea de manera ficticia, nos hace bailar en un limbo y no saber lo que uno es realmente.
Aunque quizás el límite lo ponemos nosotros mismos. Es nuestra decisión única y absoluta. Ahora que cada uno elige el sexo al que ama (ya era hora) y elige su modo de disfrutar del suyo propio, el traspaso entre la línea de lo femenino y lo masculino no nos debería coger por sorpresa. Pero el género humano (¿o quizás debería decir la publicidad y lo mediático?) da un paso más. Otro escalón hacia arriba en lo inesperado y novedoso. La ambigüedad sexual se impone. ¿Chico o chica? Pues depende de con qué fin. Uno puede hacer uso a su antojo de su propia opción sexual. Lo importante es tener bien claro qué somos en esencia misma.

jueves, 10 de febrero de 2011

El río

El río me susurra en silencio y yo, atenta, le escucho. Su canto armonioso alivia el dolor que se desliza sobre mi rostro en forma de lágrima. Y esa lágrima se hace inmensa al llegar al río. Y todo es dolor entonces… Aún más cuando ese espejo que posee en su superficie muestra mi triste rostro. Pero ya nada importa. A veces encuentro la soledad deseada a su lado, porque este reguero es el único que me escucha. Me quedo mirando hacia é y el ritmo de sus aguas me hipnotiza. Entonces veo que formo parte de él: siento su agradable frescor en mi rostro y su manto me arropa. Y me lleva en sus brazos… Mis ojos permanecen cerrados y aún así lo veo todo. Y siento como los árboles, que están a sus orillas, se despiden de las aguas que se van para siempre, buscando el camino hacia una muerte irremediable. Y oigo como lloran, con ese aullido del viento en sus bocas. Agitan sus pañuelos verdes. Pero el río sigue caminando hasta su fin. Entonces mis ojos se abren y mi tristeza aún sigue reflejada en el rostro del río.



martes, 8 de febrero de 2011

Más allá de la vida

Tomando una café con una buena amiga, conversábamos sobre temas de mente y espíritu, y llegamos a la misma conclusión “la energía no se destruye, sólo se transforma”. Pero esto no es más que una afirmación apoyada por la ciencia misma. ¿Será aplicable a nuestra propia energía, al motor que hace rodar todas nuestras emociones, sentimientos y nuestro comportamiento en general? Hace unos días me fui a ver la última de Clint Eastwood, Más allá de la vida. No miento si digo que si fuera de otro director, no hubiera ido a verla. Ya que el tema en sí me deja muy mal cuerpo. Pero como Clint es un director con los pies en la tierra, allá me fui. No me decepcionó en absoluto. En ningún momento la película, tratando un tema de índole paranormal, me hizo pasar miedo. Porque esa no es su intención, sino la de exponer un mensaje esperanzador exprimiendo lo bueno de la muerte –si es que lo hay- y no la mera despedida.

Algo nos espera al final del túnel?
       
La comunicación con el más allá roza la necesidad en muchos casos, es la única vía que existe para poder llegar al ser querido, y está comunicación es posible gracias a George Lonegan (Matt Damon). No creo que exista nadie que no se haya cuestionado su existencia, al menos una vez en su vida. Y es que es de curiosidad mundial. Si nadie se ha preguntado nunca ¿hay algo después de la muerte? que tire la primera piedra. Aquí nos adentramos en terreno delicado, que es el qué dirán. Marie Lelay (Cécile de France) es una mujer que ha tocado la cima profesional, es conocida mediáticamente y goza de una relación de pareja envidiable. Pero debido al tsunami de Indonesia, que sufre en sus propias carnes, su vida se encuentra con el otro lado. Roza la muerte: la palpa, la toca hasta hacerse visible. Este hecho marca un antes y un después en su vida, hasta el punto de darle más de un quebradero de cabeza. Su decisión: creer. Y aquí viene la parte crítica de la película, ya que esta decisión de Marie no es aceptada por la sociedad que le rodea, ni siquiera por su entorno más inmediato. No es políticamente correcto. Y esta crítica como telón de fondo hace cuestionar el por qué decantarnos por una postura u otra tenga tales consecuencias.
He leído duras críticas que se han realizado sobre esta película, lo cual respeto. Nunca llueve al gusto de todos. Pero también pienso que muchas de ellas son motivadas por su temática, acostumbrados a temas terrenales por parte del director. Pues bien, una película es lo que es, y en ellas el que la realiza puede liberar su creatividad hasta puntos insospechados, utilizando realidad o ficción a su antojo.
Como ya he dicho líneas atrás, el hilo argumental de esta película es poco frecuente en Eastwood. A sus ochenta años, ¿será que él mismo quien se hace esas mismas preguntas? Es una reflexión que probablemente ha tenido. A lo largo de nuestra vida, cada etapa nos saca una parte de nosotros mismos, muy diferente según el momento que estemos viviendo. Y conforme la vida se apaga, es de suponer que nuestras inquietudes, nuestras preguntas, pasen a ser otras.  
A pesar de este peso emocional, algo ha faltado para poner el broche final. Una película en la que muerte y vida se entrelazan, sentimientos conocidos y algunos por conocer… la película se queda corta en emotividad. Esperas un momento de clímax que no llega y es lo propio: el argumento así lo pide. Así que en ciertos momentos uno se queda con las ganas de más, que es quizás lo esperado desde un principio.
En cuanto a los protagonistas he de decir que su interpretación es brillante. Aun tengo en la retina esos primeros planos de Matt Damon o de Cécile de France. Sus expresiones, sus miradas son puro guión. La fotografía es además perfecta, me quedo con un momento en el que el George conversa con el niño, buscando respuestas. Existe en esa escena un juego de luz y de sombras que añade teatralidad al momento. Y a pesar de la acción lenta, con apenas momentos de dinamismo -muy propio de las películas de Clint- la trama no deja de mantener nuestra atención pendiente de lo que suceda. Y es que Clint no es novato y sabe cómo hacerlo. Muy sutilmente deja caer una imagen, un pequeño indicio que apenas se ve y ya imaginas que algo va a pasar en ese preciso instante.