jueves, 10 de febrero de 2011

El río

El río me susurra en silencio y yo, atenta, le escucho. Su canto armonioso alivia el dolor que se desliza sobre mi rostro en forma de lágrima. Y esa lágrima se hace inmensa al llegar al río. Y todo es dolor entonces… Aún más cuando ese espejo que posee en su superficie muestra mi triste rostro. Pero ya nada importa. A veces encuentro la soledad deseada a su lado, porque este reguero es el único que me escucha. Me quedo mirando hacia é y el ritmo de sus aguas me hipnotiza. Entonces veo que formo parte de él: siento su agradable frescor en mi rostro y su manto me arropa. Y me lleva en sus brazos… Mis ojos permanecen cerrados y aún así lo veo todo. Y siento como los árboles, que están a sus orillas, se despiden de las aguas que se van para siempre, buscando el camino hacia una muerte irremediable. Y oigo como lloran, con ese aullido del viento en sus bocas. Agitan sus pañuelos verdes. Pero el río sigue caminando hasta su fin. Entonces mis ojos se abren y mi tristeza aún sigue reflejada en el rostro del río.



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