viernes, 1 de noviembre de 2013

Sucedáneo de libertad

Una imagen dice mucho por sí misma y, sin embargo, podemos encontrar tras ellas diferentes historias. Las siguientes fotografías son de Raquel Calviño y de ellas ha surgido este pequeño relato. Si queréis ver más mundo a través de sus ojos, no dudéis visitar su perfil en instagram: @raquelcalvino 


El aire no pesa aquí fuera. No es viciado ni tenso. Cierro los ojos para aprovechar cada porción de oxígeno. Muy arriba, en el piso dieciséis, una compacta bola de palabras se golpeaba de un lado hacia otro de las paredes. Ahora se ha evaporado. Aliviada, siento las caricias certeras de los finales agridulces en mi piel y, sin embargo, no me importa. Mis armas quedaron en las alturas y llevo los bolsillos vacíos. Sin embargo, siento que las cuerdas se han soltado y huelo aromas libres, no embotellados. 


"Libertad" es una etiqueta que se vende a un precio alto en los souvenirs. Avanzados algunos metros soy consciente de ello. Siento que mis piernas comienzan a flaquear y un atisbo de remordimiento flota en el ambiente. Me detengo. Busco refugio en las otras vidas que he creado para escapar de mi misma. Aquellas que no me miran a los ojos para pronunciar reproches o sentenciar mi destino.


La vida se sucede en una secuencia lineal de momentos. Y la mía parece no seguir ese ritmo, sino complicarse en un bucle interminable de capítulos que no terminan nunca. "Libertad" es una palabra ambiciosa que creí poseer muy brevemente. Hasta qué fui consciente de que había dejado cabo sueltos. Ahora estoy en suelo firme y no sobrevuelo las alturas. Ahora se que debo llevarlos conmigo sin remedio. 


Busco la calma en el humo. Desearía ponerme en su lugar para desaparecer cuando el cigarrillo se consuma. Volverme invisible para no tener que cargar con este peso a mis espaldas. Ingenua. "Libertad" es una etiqueta que se vende cara, demasiado. Y el hombre que permanece tendido en el suelo del piso dieciséis es la prueba más evidente. Quizá deba tratar de convivir con este sucedáneo de libertad que yo misma he creado. 


miércoles, 23 de octubre de 2013

Ojos que no ven

Se había quedado congelada, en el tiempo y en el espacio. Un espacio tan limitado que ni siquiera era consciente de su propio auto encierro. Sabía que la puerta estaba abierta y que un abismo de posibilidades la esperaría fuera. "No quiero sorpresas", me dijo una vez. Y esas palabras retumbaron en mi mente durante días, meses, años. Me costó entender que para ella "posibilidades" significaba tirarse al vacío, que dar un paso era imposible sin sentir latir su corazón de una forma insoportable. Me costó entenderlo. Es lo que ocurre cuando chocan dos mundos distintos. Quizás sus ojos no estaban preparados para ver más allá de cuatro paredes limpias, vacías, dentro de un espacio inhóspito para cualquiera. O tal vez su alter ego invisible le cortó las alas y le quitó sus ojos para elevarlos al cielo, sustituyéndolos por otros llenos de vacuidad, carentes de la inherente facultad de ver y mirar, de observar y comprender, de la posibilidad que goza cualquier par de ojos para considerarse parte de un cuerpo autónomo. 
Intenté ayudarla. Llegué a agarrar con fuerza su mano para sacarla de ese encierro absurdo. Pero fue inútil. Ella había decidido vivir sin la incertidumbre que se tiene al caminar sin destino exacto, sin el parpadeo constante de unos ojos reales.


Microrrelato de "Los pájaros de mi cabeza", espacio que comparto con la ilustradora Lil Abi, como colaboración para "Croa magazine"http://croamagazine.es/los-pajaros-de-mi-cabeza/.


viernes, 4 de octubre de 2013

Metamorfosis

Supuse que se acercaba la muerte y me equivoqué. La cadena de adversidades no han sido más que un paso. El deterioro como mero trámite hacia una transformación. Mientras siento los gusanos retirando lo residual hasta dejar únicamente la esencia misma, observo mi estancia en el limbo de la indecisión reflejada en los ojos de otros. Esos que se atribuyen etiquetas sin pedir permiso, que ofrecen vínculos imaginarios a relaciones inexistentes. Porque no me conocen. En realidad, nadie me conoce. 
Percibo en sus caras un gesto fingido, intentando disimular su asombro, su rechazo, incluso el asco que mi nuevo yo les provoca. La sombra oscura bajo mis ojos aumenta, mi piel va adquiriendo un tono cada vez más descolorido, casi mortecino, y mi cuerpo se va desprendiendo del peso de la vida. Piensan que mermo. Qué equivocados están. Cuando observen a la mariposa batir las alas soltaré una carcajada. He de confesarte que en algún momento pensé como ellos, planteándome apresurar el final definitivo. Sin embargo, opté por la espera, rigurosa y paciente. Entre tanto, has aparecido tú, aceptando mi realidad, sin pensar que esta nueva lógica fuese descabellada. No sé qué don tienes para mirar más allá de lo simple. Es evidente, no pierdes el tiempo en banalidades. Quizás estés a un paso de comenzar este ritual necesario, quizá tú también estés a punto de sufrir una metamorfosis.


Con este relato he colaborado en la sección Creación de www.culturamas.es

miércoles, 18 de septiembre de 2013

España, 'el país de nunca jamás'

La crisis agudiza el ingenio. No hay más observar a nuestro alrededor para apreciar el goteo continuo de ideas. Sin embargo, una idea no es más que un concepto que necesita crecer. Y sin los medios necesarios resulta imposible. Es exactamente lo que le ocurre a la ciencia en nuestro país, cuyos profesionales agitan las alas preparando el vuelo hacia el extranjero. España se ha convertido en el país de nunca jamás. Porque muchos se irán para no volver. En medio de este panorama, el crowdfunding pisa con fuerza el terreno de la ciencia. Nuestro granito de arena intenta sacar a flote un proyecto científico que se veía abocado al silencio. Mientras, el gobierno da la espalda a todo sinónimo de progreso e innovación. ¿Es este el futuro del I+D en España? La financiación colectiva parece ser el único remedio a la tijera. 
Me temo que toca rascarnos el bolsillo a los que nos queda un mínimo de conciencia y, por supuesto, confianza. Algo que le falta a nuestro gobierno, que ignora la existencia de personal altamente cualificado a la espera de una financiación que no llega para sus proyectos, de los que nos podríamos beneficiar todos. 


Barreras


Al otro lado, lo desconocido. Tras esos hierros tu vista es ciega y no hay respuestas inmediatas. Y, sin embargo, lo anhelas igualmente. Porque tu mano te delata en un intento de traspasar la línea. Y el deseo de construir el giro de tu historia aumenta, de partir de la nada para dibujar con lápices vírgenes. 

martes, 17 de septiembre de 2013

Retrato



Hay lazos que traspasan lo genético, la sangre. Aún cuando las vidas se cruzan de manera obligatoria, sin propia elección, parece existir una ley especial que rige nuestros destinos. Ella. Valiente, aunque lo niegue un millón de veces. Bondadosa, aunque piense que no da nada cuando aporta todo. Única, porque no hay nadie como ella aunque existiesen miles de tierras en otras galaxias. Puede que seamos pequeñas hormigas poblando un mundo cada vez más complejo y, sin embargo, qué sencillo se vuelve todo si ella está cerca. 

lunes, 16 de septiembre de 2013

Viaje sin retorno

Ha estado bien esto de cambiar de forma drástica. Borrarme del mapa ha sido una de las mejores decisiones que he tomado nunca. E, irremediablemente, la última. Tenía mis dudas de cómo sería este lugar finalmente, pero, ¿sabes? Se han superado todas mis expectativas. Lógicamente, jamás hemos tenido noción alguna de este sitio, del que solamente existen a la venta billetes de ida. Un viaje sorpresa, sin despedidas en andenes, sin llamadas para decir hasta luego. Sólo adiós. Nadie nos había hablado antes de este lugar. Y, sin saber por qué, el destino ha querido darme una oportunidad para dejar constancia de mis impresiones. Ahora, frente a frente, tú y yo, aunque en dimensiones totalmente opuestas, trato de ponerte al día. No hubo limbo ni transiciones. De pronto, me vi en este reino del sosiego, habitado por seres extraños totalmente benévolos, en el que todo parece imposible y, sin embargo, verosímil hasta límites insospechados. Hay algo curioso en todo esto. Siempre he recordado que llegaría aquí criando malvas. Pues no. Aquí, rodeada de amapolas, me embriago de su aroma, peculiar y adictivo, que me hace viajar de nuevo para sumergirme en un sueño, dentro de otro si cabe. Un sueño eterno, quizás. 


Microrrelato de "Los pájaros de mi cabeza", espacio que comparto con la ilustradora Lil Abi, como colaboración para "Croa magazine".

La cobardía de no querer ver

Cuando llegué a aquel extraño pueblo me quedé estupefacta, sobre todo por la curiosa patología que padecían sus habitantes. En seguida me debatí entre escoger un nuevo destino o saciar mi curiosidad sobre lo que realmente sucedía allí. Opté por lo segundo, aún a regañadientes de mi propia conciencia. 
Yo nunca había visto nada igual. Todos sus habitantes llevaban los ojos cubiertos con pañuelos, como contagiados por una ceguera epidémica. Y digo "como" por algo que resultaba curioso: el sentido de la orientación de aquellos hombres y mujeres era extraordinario y llegué a dudar si eran ciegos de veras o ponían en práctica una moda un tanto macabra. No había tropiezos, no había dudas. Increíblemente, parecían observarse con total nitidez. Y yo, en medio de toda aquella representación de ironía, me sentía sumida en una incomodidad que no remitía, observada por tantos individuos sin ojos. 
Deseosa de mitigar mi sed de curiosidad, me dirigí a un bar cercano. Me senté en la barra y un camarero se dispuso a atenderme al instante. Y yo le observaba, sin encontrar en sus movimientos perfectamente coordinados ni un ápice que indicase su evidente ceguera. Era sorprendente. Su pañuelo azul con cruces negras parecía tupido, así que yo seguía sin comprender nada. Muy amablemente, respondió a todas mis preguntas y, tras digerir sus palabras breves momentos después, mi confusión iba en aumento.

- Entonces, usted me está diciendo que no son realmente ciegos...
- Bueno, no exactamente. Debido a una disfunción genética, nuestros globos oculares son tan delicados que no soportan apenas la luz. Solamente podemos abrir nuestros ojos en total oscuridad.
- Y eso, ¿cómo lo saben? 
- Es algo que se ha transmitido de generación a generación.
- Ya, le entiendo. Pero por mucha tradición cultural, ¿no creen que deberían comprobarlo y asegurarse totalmente? 
- Puede, pero nadie se atreve. Sería peligroso.
- ¿Peligroso? ¿Qué es lo peor que les puede pasar, quedarse ciegos? ¡Ya lo están! Aún sin saberlo a ciencia cierta. 

El hombre se giró y comenzó a realizar otro tipo de actividades, ignorándome por completo. Yo estaba bloqueada, en modo pausa sin llegar a entender a aquella cuadrilla de cobardes. Lo que acaba de escuchar era insólito y totalmente surrealista. ¿Tenían miedo a quedarse ciegos? Casi suelto una carcajada. Pero lo pensé mejor, decidí buscar alojamiento, descansar y, a la mañana siguiente, olvidar la existencia de aquel extraño pueblo al que llegué por error. 
Incapaz de conciliar el sueño, salí a dar un paseo. La calle parecía una tumba, inerte, silenciosa hasta ser molesta. Encontré un banco y me senté. Encendí un cigarrillo y pensé. Pensé tanto que mi mente consiguió quedarse en blanco.

- A mi me gustaría atreverme. 

Desperté de mi breve letargo y a mi lado, casi por arte de magia, descubrí que se había sentado una chica rubia, con un pañuelo blanco cubierto de lunares rojos. 

- Disculpa, pero no te entiendo. - le dije
- A sacarme esta opresión de los ojos. Te escuché en el bar. Creo que tienes razón. Sin embargo, ese tema es totalmente tabú por aquí.
- Por curiosidad, ¿alguna vez has visto realmente? 
- No
- ¿Tienes la menor idea de lo que te estas perdiendo?
- No

Me acerqué a ella muy despacio, alargando la mano. Comencé palpando su rostro con lentitud. No quise asustarla así que dejé claros todos mis movimientos. Hasta qué llegué al pañuelo. Intenté levantarlo y, antes de que consiguiese hacer nada, se levantó bruscamente. 

- ¿Hace mucho que has llegado al pueblo? - Aquel cambio de tema supuso mi pequeño fracaso.

Volví a encontrarme con aquella joven a la mañana siguiente. No sabía cómo se llamaba pero tampoco hacia falta. ¿De qué serviría atribuirle nombre alguno cuando ni siquiera podíamos mirarnos a los ojos? Nos sentamos en el mismo banco. Hacía un sol de justicia. 

- Está un día muy soleado, no? - me dijo
- ¿Cómo lo sabes? - le pregunté
- Noto una leve luz, casi imperceptible, a través del pañuelo. Y siento calor. Dicen que eso significa que hace un día muy soleado.
- No pienso contestarte
- ¿Por qué? 
- Venga ya, no seas cobarde. Si tanta curiosidad tienes, descúbrelo por ti misma.

Sin mediar palabra, fue deshaciendo el nudo de su pañuelo lentamente. Cuando por fin se descubrió del todo, sus ojos necesitaron algún tiempo para acostumbrarse. Y poco a poco, frunciendo el ceño entre el temor y el desconcierto, pudo contemplar lo que tenía ante ella. Nunca más volvería a tener la oportunidad de ver una mirada como la suya: primeriza y virgen ante un mundo inexplorado que se descubría ante sus ojos. 



Microrrelato para "Los pájaros de mi cabeza", espacio que comparto con la ilustradora Lil Abi en el que se entremezclan arte y literatura. 

Noches salvajes, mañanas dulces.

La puerta se cierra de golpe con un ruido seco. No importa, es demasiado tarde para sentirme princesa de un cuento. El zapato quedó atrás y camino descalza. Totalmente. Ninguno de los dos estamos cuerdos. No lo suficiente como para llevar la lentitud en nuestros gestos. Nos besamos arrancándonos cada segundo a gritos, ahogándonos, pensando en que cada aliento evaporado se esfumará para siempre. Nos comemos nuestro mundo bruscamente, casi con violencia. No hay sutilezas. Ebrios del aire que se forma entre nosotros, fundiéndonos en uno para no perder ni una gota de ese ambiente apetitoso y viciado. La sangre arde, el cuerpo apremia. Parece que la vida se nos escapa, que queramos desfallecer hasta la muerte. 
Cuando la luz de los amaneceres desteñidos dibuja con ironía en la pared, cuando el olor del café me despierta, la almohada está fría. Tu lado de la cama respira ausencia. Quizás no tenga memoria, pienso, aún siendo testigo de nuestra propia combustión. Dicen que las tempestades necesitan calmas. Dicen que las noches salvajes necesitan mañanas dulces.




Microrrelato para "Los pájaros de mi cabeza", espacio que comparto con la ilustradora Lil Abi en el que se entremezclan arte y literatura. 

Gestos volátiles que lo cambian todo

Me estaba sacando la lengua. Aquella mocosa, aparentemente inocente, había echado por tierra la poca tranquilidad que llevaba conmigo. Giré la cabeza para ignorarla y comencé a ver a través de la ventanilla, sin prestar apenas atención al inhóspito paisaje que íbamos dejando atrás. Del ingente conglomerado que ocupaba el tren, me había tocado compartir espacio precisamente con aquella niña que no había parado de sacarme de quicio, cuyos padres hacían caso omiso de sus continuas pataletas en lugar de sacar el látigo de una vez por todas. A pesar de que yo había cerrado mis oídos, ella continuaba. Y no cesaba en su empeño de importunarme escupiendo preguntas. Los niños y las preguntas. Interrogantes, los amigos imprescindibles de la infancia. Creí que no aguantaría mucho más y a punto estuve de abrir la boca para silenciar la suya. Hasta qué ocurrió. Nadie lo había percibido aunque probablemente todos lo hubiesen visto. Un gesto volátil, casi imperceptible. Y sin embargo, contra todo pronóstico, yo lo sentí. Su mano, pequeña e inocente, agarró la mía sin pedir permiso. Y sentí. Quise regresar a la niñez de los días largos, sin el desasosiego, sin la necesidad imperiosa de ser alguien. Sólo feliz. No quería regresar de aquellos días en blanco y negro, de mi ensoñación repentina y, a pesar de todo, estaba más despierta que nunca. Todo gracias a ella, que me hizo dar un giro de ciento ochenta grados con su gesto arbitrario. 
A través del cristal, el tren circulaba a gran velocidad, dejando atrás áridos lugares a los que no presté atención. Porque no tuve la necesidad de girar la cabeza. Aquello estaba fuera y con cada centímetro recorrido ya era pasado. Sin embargo, dentro había mucho. Y no lo podía dejar escapar. 


Microrrelato de "Los pájaros de mi cabeza", espacio que comparto con la ilustradora Lil Abi, como colaboración para "Croa magazine".

Lo que sobra

La fina tela va rozando mi cuerpo con el movimiento lento de la desnudez cercana. Un cosquilleo de placer recorre mis brazos, mis muslos. Son dedos imaginarios que anuncian la liberación que llevo tiempo anhelando. Mis pies se hunden con vehemencia. Ojos y mente en blanco, dejo que los rayos, sin prisa por desvanecerse del todo, me abracen. La camisa se aproxima al suelo y yo continúo mi camino hacia la orilla. Es un recorrido corto que intento eternizar. Mientras, voy desprendiéndome de lo que todavía cubre mi piel. Un escalofrío surge de repente, subiendo por mi espalda. Al fin despierto. Mi piel abre los ojos tras un largo tiempo aletargada. Desnuda, me acerco al manto de agua. Y aunque el agua salada, su olor, su brisa, son un imán para mi cuerpo, camino con extrema lentitud. Porque me complace despojarme de lo superfluo, de lo innecesario. Desnuda mi alma, me siento libre.


Microrrelato para "Los pájaros de mi cabeza", espacio que comparto con la ilustradora Lil Abi en el que se entremezclan arte y literatura. 

El ojo del huracán

Creo que tengo un imán para atraer todo lo que otros desechan. O quizás aquello a lo que el resto del mundo se muestra inmune. Si existe alguna vacuna me he resistido a la aguja. Igual un leve pinchazo hubiese solucionado todo este caos. Y cuando bajo la guardia, como ahora, me convierto en el ojo del huracán. Y todo estalla a mi alrededor entonces. ¿Será que me ven vulnerable y toda esa fuerza se dirige a mi?... 
Estoy en el centro, oigo voces, gritos, y tengo frío. Mi cuerpo se hiela con cada voz que escucho. A medida que pasa el tiempo mis oídos lo resisten menos y comienzan unos escalofríos brutales. Intento cubrirme con los brazos y de pronto descubro algo que va cayendo de mi cuerpo. Parezco estar mudando de piel. No estoy preparada para esto, para esta furia que me rodea. No soy inmune. Y comienzo a derretirme.


Microrrelato para "Los pájaros de mi cabeza", espacio que comparto con la ilustradora Lil Abi en el que se entremezclan arte y literatura. 

Tiro al blanco

Me sorprende la facilidad que tienes de dar en el blanco. Desconozco si lo has planeado o, por el contrario, ha sido fruto del azar. De cualquier modo, has conseguido tu propósito. La flecha atraviesa el aire y lo corta. Arrastra consigo cualquier cosa que encuentra a su paso, sin pensar un segundo en el daño que va a provocar. La flecha avanza y su destino es clavarse en el punto exacto. En el centro. Minuciosidad que burla la perfecta matemática para herir de forma certera en el punto más débil. Herir... Tan simple para ti es gozar de la suerte de la puntería y tan complicado para mí sobrevivir al arma que se clava. Y ahora, cuando la herida sangra, te vas. Te has cansado del juego o, ya conseguido tu objetivo, te marchas en busca de otro punto en que acertar. Para mi consuelo sé que existo, que siento. Y siento dolor. Aquí permaneceré mientras tanto, intentando buscar el remedio con el que cicatrizar mi herida.


Microrrelato para "Los pájaros de mi cabeza", espacio que comparto con la ilustradora Lil Abi en el que se entremezclan arte y literatura. 

Cerebro a punto de descomponerse

El velocímetro aumenta vertiginosamente. Y las prisas se suman también a la indiferencia, a la incomprensión. Porque vivimos una era en la que la información nos desborda, en la que aún no hemos digerido el presente cuando nuevos acontecimientos nos azotan, que siempre superan a los anteriores. Vivimos en un mundo en el que nos han puesto una venda en los ojos. Invisible. Y somos incapaces de aceptarlo. Ya no hay impacto, ni tan siquiera sorpresa. Permanecemos en un continuo deseo de pasar página pero, ¿hacia dónde? Un incipiente individualismo nos acecha a pesar de nuestra continua intercomunicación. Las cuerdas imaginarias que nos sujetan a nuestros móviles, a una vida virtual, son cada vez más fuertes. Mientras lo que sucede a nuestro alrededor, en la auténtica realidad, pasa desapercibido. No existe. Y, a pesar de todo, no somos conscientes de ello. Mientras tanto, cada uno de nuestros movimientos está siendo vigilado ante nuestra propia ignorancia, ¿o quizás pasotismo? Sí, somos egoístas por naturaleza, como cualquier ser vivo. Sin embargo, tenemos la capacidad de comunicarnos, de adquirir una cualidad indispensable para ser cómo somos: el lenguaje. Aunque a veces, demasiadas, tenemos la sensación de no estar hablando el mismo idioma... Estamos creando burbujas individuales totalmente equipadas. Así, dentro de ellas, sin necesidad de interactuar con el medio "real" que nos rodea, podremos comunicarnos con cualquier punto del planeta gracias a la tecnología. Nos complicamos, y mucho. ¿Acaso no es más emocionante poder conversar mientras nos miramos a los ojos, sentir la calidez de un abrazo, la fragilidad de un beso? 
Ahora veo por décima vez la metrópolis que Fritz Lang había imaginado y, sorprendentemente, no hay que hacer muchos esfuerzos para ver las similitudes entre nuestra sociedad actual con la que la imaginación de los años veinte había creado. No importa el amor ni la amistad, porque solamente vivimos un reflejo de esos sentimientos. Y me pregunto, ¿estaremos viviendo una realidad paralela? Lo qué sí es cierto es que nuestro cerebro no puede con todo. Se siente saturado. Quizás somos máquinas que aguantan hasta un límite. Hasta qué el cerebro no pueda más y termine por descomponerse.


Microrrelato para "Los pájaros de mi cabeza", espacio que comparto con la ilustradora Lil Abi en el que se entremezclan arte y literatura. 

Imaginación

Amaia no recordaba cuándo fue la primera vez que abrió aquella puerta. La misma que le llevó a descubrir su insólito tesoro. Quizás fue valiente al adentrarse en aquellos senderos de lo desconocido que a otros probablemente le provocasen recelo. Y cuando por fin llegaba a su destino, pisaba sobre un suelo distinto, en un espacio fantástico imperado por las leyes de lo ilusorio. Las sensaciones se multiplicaban en aquel mundo del "todo es posible". Sus retinas percibían colores nunca vistos y a sus oídos llegaban sonidos imposibles. Aunque lo más fascinante para Amaia era saber que la próxima vez que traspasase la puerta mágica hacia aquellos mundos, el nuevo destino sería completamente diferente. Eso era precisamente lo que le incitaba a coger de nuevo el rumbo, el que le llevaría a la sorpresa, su premio. Siempre viajaba sola y, a la vuelta, cerraba la puerta con llave, protegiendo que su secreto no fuese descubierto. Hasta qué un día tomó una decisión. Temía que sus viajes cayeran en el saco del olvido, así que cogió lápiz y papel y comenzó a escribir, perpetuando de aquella forma sus recuerdos a través de las letras. Un cuaderno de bitácora contra el paso del tiempo, los meses, los años... En la habitación de Amaia se acumulaban altas columnas de papeles escritos. Millones de palabras, testigos de sus viajes al mundo de lo utópico y lo fabuloso. Y en una de las paredes, una única palabra presidía el espacio con enormes letras de colores, y que había surgido de su deseo por saciar su perseverante curiosidad: "imaginación".


Microrrelato de "Los pájaros de mi cabeza", espacio que comparto con la ilustradora Lil Abi, como colaboración para "Croa magazine".

Combinación sublime

No existen mitades ni partes incompletas. Ninguna fuerza extraordinaria ha partido en dos la fruta no prohibida, dejando dos mitades vagando hasta un posible encuentro. Ni los polos opuestos se atraen, ni somos regidos por dogmas que sentencian nuestros destinos. Es bueno saberlo. Sobre todo porque el significado del "yo" se completa. Sigue gozando de su independencia. Ya no es necesario temer a la soledad, que tan injustamente se ha labrado una fama pésima. Eso sí, otra cosa es la fuerza que otros mecanismos ejercen de un modo inexplicable. Son los mismos que hacen que los imanes se atraigan o repelan, que el agua empape la tierra y, en cambio, sea tan escurridiza en un trozo de plástico. Sustancias compatibles e incompatibles. Curiosamente, lo que nos han hecho creer de las dos mitades, en medio de tópicos deshilachados y palabras llenas de moho, adquiere de pronto nuevos matices. Cuando comprendes que tus propias leyes universales adquieren un sentido distinto e inimaginable. No nos equivoquemos, todo tenía sentido antes. Sin embargo, algo nuevo aparece en escena, algo tan lejano en el tiempo que es considerado un mito: la magia. No la de las chisteras y varitas mágicas, ni la de hombres invisibles o inmunes al filo de un cuchillo. No, esta magia se entremezcla con las leyes de la física y la química. Significa fuego y llama. Significa que han crecido mariposas en un lugar hasta entonces deshabitado. Ese sentimiento universal, tan cotizado en estos tiempos de vacío, llega cuando dos cuerpos se complementan de un modo casi perfecto. Porque uno puede estar sin el otro, aunque nos empeñamos en negarlo, pero de la mezcla entre ambos resulta una combinación sublime. De ahí lo inexplicable, porque no somos mitades y, sin embargo, como sustancias disueltas en otro, somos incapaces de separarnos.


Microrrelato para "Los pájaros de mi cabeza", espacio que comparto con la ilustradora Lil Abi en el que se entremezclan arte y literatura. 

Perder la cabeza

Cuando de modo repentino, la velocidad de mis latidos se vuelve vertiginosa, sin permitir espacios en blanco, sé que ha llegado lo peor. Un zumbido retumba en mis oídos desoyendo cualquier sonido ajeno. Mi cuerpo se agarrota y los músculos ya no recuerdan cómo hacer su trabajo. Sólo entonces, la conciencia en sí misma se convierte en artículo de lujo, al que mis manos no pueden alcanzar. Mi mente comienza un frenético ritmo y los pensamientos se suceden con rapidez. Alguien se ha colado entre ellos sin ser invitado, burlando mi blindada seguridad. Y la imagen de esa persona non grata me azota. Muy lejos de irse, se agarra a mis adentros. Duele. ¿Hay algo que pueda hacer más daño que un corazón despedazado? Curar este virus pegajoso se ha vuelto tarea inútil. No tengo otra elección que rendirme, estallando en gritos enmudecidos hasta perder la cabeza. 


Microrrelato para "Los pájaros de mi cabeza", espacio que comparto con la ilustradora Lil Abi en el que se entremezclan arte y literatura. 

miércoles, 11 de septiembre de 2013

Esperanza

A máquina de café chirria constantemente. Os movementos acrobáticos sucédense nun intento de compracer a tódolos clientes que ocupan o ateigado local. Obsérvoa. “Por fin”, pensei. Demasiado escuro móstrase o horizonte como para exhibir algunha pinga de optimismo. A vida é dura, sí, e con todo, ás veces sae o sol. Irradia entusiasmo e esperanza. Colleu aire, forza. Dende  o outro lado da barra, véxoa feliz, satisfeita de sentirse útil. Xa era hora. Un salario non é únicamente diñeiro, senón a liberdade de tomar decisións. O poder de escapar de quen lle fixo dano e, cos petos menos baleiros, todo é moito máis doado. Sorrime. Non pode dedicarme nin un minuto do seu tempo e, en cambio, síntome orgullosa de admirar a súa sorte, así, na distancia e en silencio. Porque só leva dous días e a cousa promete. As súas expectativas aumentan. E o seu sorriso xa non é finxido. E os seus ollos brillan. Teñen vida, xa non están cheos de nada.


Finalista en el I Certamen de microrrelatos Concello de Arbo

martes, 10 de septiembre de 2013

El placer de las pequeñas cosas

Creí que no llegaría a tiempo. Tras la muchedumbre que parecía congestionar las calles y la perpetua banda sonora de bocinas, la ciudad parecía impregnarse de una coraza que cubría su auténtica identidad, perdiéndome todo lo que merecía la pena. Sin embargo, yo hacía caso omiso a todo lo que la ciudad escupía a gritos. Llegué a mi destino y por fin se acabaron las prisas. Tenía una cita ineludible con el primero de mis placeres cotidianos. Me senté en el rincón que llevaba un letrero invisible con mi nombre, una esquina solitaria en la parte más lejana de la entrada. Y llegó el momento en el que sostuve el café entre mis manos, caliente, sin azúcar, dejándome con el aliento en suspenso. Cerré los ojos y dejé que los rayos más madrugadores del día me acariciaran. Saboreando aquel instante insignificante recordé todo aquello que rompe la gris monotonía y la convierte en rutina de colores inimaginables. Comencé a pensar y pensar me llevó al deseo. A desear hundir los pies en la arena, sintiendo toda su textura mientras el olor a sal, a mar, lo ocupa todo; respirar el aire puro entre los eucaliptos, mientras la madera, viva, cruje y los pájaros conversan; el olor a hierba mojada tras la tormenta, un abrazo, un susurro sin palabras, sus silencios, la sonrisa de un niño que ni siquiera conoces o quizás cualquier otra que te ofrecen de forma gratuita, sin esperarlo, y terminan sorprendiéndote. Significa que hay mucho cerca, y nosotros nos empeñamos constantemente en alejarlo, aparentando que no lo hemos visto. Qué valor tienen esos pequeños detalles, reyes de lo desapercibido, que pasan de puntillas hasta hacerse un hueco en las almas más sensibles. A veces deberían recetarse menos fármacos y más horas vacías, para que lo único que exista sea nada. Y detenernos a observar pausadamente lo que nos rodea, sin prisas. Y salir por fin de este mundo que nos ofrece una felicidad encubierta. Y sentir, intensamente y sin remilgos, sin máscaras ni teatro. Sólo así, la vida cobra sentido. 


Microrrelato para "Los pájaros de mi cabeza", espacio que comparto con la ilustradora Lil Abi en el que se entremezclan arte y literatura. 

Sin peso en la maleta

Rebusqué en el cajón de la cómoda y allí estaba. Sabía que tarde o temprano encontraría alguna prueba y aquella instantánea confirmaba todas mis sospechas. Un nudo en el estómago apareció bruscamente. Tan desmesurada fue su fuerza que la cuerda ascendió de forma imparable hasta llegar al cuello, reinventándose a sí misma hasta convertirse en soga. Incapaz de respirar, frené cualquier lágrima y, lejos de compadecerme a mí misma, la furia y la desconfianza tomaron cartas en el asunto. Quizás demasiadas sensaciones para poder digerir en un mismo segundo. ¿Qué hacer entonces? Una fotografía reciente, no había dudas. Me debatía entre el silencio, la huida furtiva sin retorno; y la disputa con reproches, rebosante de preguntas cuya respuesta sabía de sobra. Coger la maleta era fácil. Pero saber qué llevarme dentro era otra historia. Porque sabía que lo más pesado vendría conmigo. Estaba segura (sin equívocos). 
Me miré al espejo con el propósito de comprenderme, intentando percibir alguna emoción en mis ojos que me hiciese elegir la mejor opción posible. No sé cuanto tiempo permanecí así, teniendo como reflejo un espectro de mí misma. El reloj había determinado un destino sin dejarme retroceder, prohibiendo cualquier cambio. Al mismo tiempo, mis sentimientos permanecían volátiles en lucha continua. Los veía flotando incapaz de capturar alguno de ellos. Debería echar a correr y dejarlos ahí, sin dueño, sin cuerpo en el que alojarse. Evitaría así llevar tan pesada carga en la maleta.


Microrrelato para "Los pájaros de mi cabeza", espacio que comparto con la ilustradora Lil Abi en el que se entremezclan arte y literatura. 

Sueños

Se acabaron las pesadillas al fin. Supongo que tú has tenido algo que ver. Ya no existen las noches en las que temía dormirme. Apagar la luz y cerrar los ojos. Un hábito tan insulso que a mí, en cambio, me sumía en un terror cotidiano. Por eso nunca me dormía a oscuras. Y, a pesar de todo, ni siquiera era suficiente. Primero los ruidos y, casi inmediatamente, las voces. Cuando mi cuerpo sucumbía al cansancio, cuando los párpados inevitablemente eran incapaces de soportar su propio peso, salían a escena los dueños de mi alma, los artífices de lo oscuro, hasta el despertar, que se producía siempre con un grito, ahogado, estremecedor. Llegaste tú, y ahora solo hay luz mientras duermo, sin necesidad de pulsar ningún interruptor. No hay miedo a la oscuridad. No hay temor a lo desconocido. Oigo tu respiración pausada y me reconforta. Pase lo que pase durante la noche, sé que estarás a mi lado, y no solamente en sueños. 


Microrrelato para "Los pájaros de mi cabeza", espacio que comparto con la ilustradora Lil Abi en el que se entremezclan arte y literatura. 

Al borde del abismo

Centrarme en el caso me está costando demasiado. Hace varios días que llegué a este mugriento hotel, en un pueblo que los mapas parecen haber olvidado. El cansancio de las noches en vela pesa sobre mis espaldas y he olvidado mi capacidad de ver más allá de lo insignificante. El tiempo se agota y las pistas, demasiado escasas, se van desvaneciendo una tras otra, hasta confundirse con el humo que emana del cigarrillo que sostengo entre mis dedos. Ella es la culpable de todo. Ha sabido seducirme con un delicado movimiento de caderas y su mirada de aparente indiferencia. Esa mezcla de presunción y belleza ha ejercido una fuerza desmesurada sobre mí. Aunque jamás lo admitiría. Una mujer no va a subyugar mis pensamientos, ni siquiera ella. Maldita sea, ¡Marlowe nunca deja un caso sin resolver! 
Es una noche nubosa. En la penumbra de la 210, observo a través de la ventana una luna perezosa que se asoma por momentos. Algo rompe el silencio. Su inconfundible taconeo se aproxima y sé con certeza que llamará a mi puerta. Apuro un trago de mi inseparable whisky y doy una última calada mientras espero, como un condenado a muerte a punto de su ejecución. Soy consciente de que me tiene bien atado, a merced de sus deseos, y, a pesar de que mi reputación tiene los días contados, no podré evitar que la soga me asfixie. Por si las moscas, mi revólver descansa en el bolsillo de mi americana. La utilizaré en el caso de que definitivamente sucumba a sus encantos. Sólo esperó que la lucidez me asista si tengo que apretar el gatillo. 


Microrrelato para "Los pájaros de mi cabeza", espacio que comparto con la ilustradora Lil Abi en el que se entremezclan arte y literatura. 

lunes, 9 de septiembre de 2013

Satisfacción, Evasión, Placer.

He de confesarte que la soledad no está tan mal. En ella he descubierto un mundo hasta ahora desconocido. Satisfacción, Evasión, Placer. Mi forma de vida está cambiando, y voy adentrándome cada vez más en un hedonismo absoluto. Mi cuerpo es mi adicción. Porque mis manos transportan la sabiduría en cada gesto, sosegadamente, sin prisa, apurando el deseo, extendiendo el placer. El aire se escapa de mi boca en exhalaciones sonoras y jadeantes, conformando una melodía fascinadora. Los estimulantes dedos recorren, primero con lentitud, después el ritmo asciende gradualmente. Acarician, pellizcan, y siguen una rigurosa coreografía de movimientos extenuantes, mientras memorizan cada poro de mi piel. De la dulzura preliminar a la premura de los movimientos bruscos, en los que ha desaparecido cualquier indicio de cordura y pensamiento. Sólo instinto. Un lugar escondido, húmedo y cálido, celebra su impaciencia, convirtiéndola en ascendente excitación, provocando la liberación de emociones contenidas. Un seísmo sensorial que provoca la evasión definitiva. 



Microrrelato para "Los pájaros de mi cabeza", espacio que comparto con la ilustradora Lil Abi en el que se entremezclan arte y literatura. 

La llave

El miedo nos obliga a llevar numerosas llaves que abren y cierran nuestros espacios y pertenencias. Queremos asegurar todo lo que nos rodea. Todo, sin excepciones. Una mañana te despiertas y eres consciente de que tú misma te has puesto una cerradura. Te has quedado encerrada y has perdido la llave. Alguien la custodia por ti o, en el peor de los casos, se la ha apropiado para siempre. Mientras tanto, tu único deseo es permanecer en ese cuarto conocido y familiar. En él no existe opción al cambio: tienes el control de tus actos, el poder de las decisiones fáciles, de los acontecimientos sin turbaciones, de lo matemático y lo predecible. Es probable que alguien haya venido a verte, llamado a la puerta y, tú, al otro lado, ignores lo desconocido aparentando ausencia. La preocupación por mantener tu coraza intacta borra cualquier gesto que altere tu supuesta tranquilidad. No hay curiosidad ni intenciones. Nada. Y quien quiera que esté al otro lado, tampoco tiene la llave. 
Un buen día alguien llama. Es extraño: no esperabas visita. No ha llamado como cualquiera, con gestos matemáticos y fotocopiados. Algo lo hace distinto. Hay en suspenso una extraña mezcla que huele a deseo y duda. La desconfianza te susurra: "no te acerques, no tientes a la suerte". Y sin saber por qué, algo desde dentro te insta a bajar la guardia. Quizás sea el magnetismo que emana del otro lado. De pronto, el pomo gira y la puerta se abre muy despacio. Y te atreves, al fin, a vivir una vida sin guiones, sin verdades absolutas, porque alguien ha abierto la puerta más inaccesible de todas: la que se esconde bajo tu pecho. Alguien, por fin, ha encontrado la llave. 


Microrrelato para "Los pájaros de mi cabeza", espacio que comparto con la ilustradora Lil Abi en el que se entremezclan arte y literatura. 

Traspasar la línea

Mientes cuando dices que nunca lo harías, que nunca franquearías los límites de lo moral y lo prohibido. Respiras y sientes bajo la coraza de lo apropiado y finges. Pretendes hacer desaparecer tus prejuicios guardándolos bajo llave. Inocente. Algo dentro de ti retiene tus impulsos innatos y tú, inútilmente, no haces más que intentar silenciarlos. Abres la boca para decir lo que tu corazón no piensa, lo que tu alma niega. Pero a mí no me engañas. Ahora que yo me he arrojado al vacío, lo sé. Qué sencillo es abandonarse a nuestros instintos. Y no pensar. No hay preguntas ni consecuencias entonces. Nada importa en ese momento en el que traspasas la línea. 


Microrrelato para "Los pájaros de mi cabeza", espacio que comparto con la ilustradora Lil Abi en el que se entremezclan arte y literatura. 

Ella

Apoyó el par de copas leve y cautelosamente, cuidando cada acto que sus manos llevaban a cabo. Levanté la vista para abandonar momentáneamente la conversación en la que estaba sumergida. Sus ojos me penetraron de una forma para mí desconocida hasta entonces. Exótica y de piel morena, llevaba una camiseta color mostaza que realzaba su cuerpo y hacía aún más bello su tono de piel. Sus labios gruesos, el pelo cobrizo cubriéndole los hombros y aquellos ojos... Me ruboricé al instante y no supe el porqué. Quizás me sentí intimidada por ella, lo que me provocó un sentimiento al que no supe dar nombre. Adiviné una sonrisa en la comisura de sus labios y se fue, dejándome allí con Mario, a quien, después, oía sin escuchar, mostrando un fingido interés. Pasó tiempo, mucho tal vez, y yo era incapaz de apartar su imagen de mi mente. De vez en cuando ella salía a la terraza con la llegada de nuevos clientes. Solo un cruce de miradas que yo di por finalizado, cortante. Mientras, trataba de controlar mi cuerpo, que intentaba revolverse en una silla repentinamente incómoda. ¿Qué me estaba ocurriendo? 
Apuré la segunda copa más rápido de lo habitual. Algo se movía dentro. Mi sangre circulaba constante en un ir y devenir constante, hirviendo en cada milímetro de mi cuerpo. Yo seguía siendo incapaz de otorgarle nombre a aquello. Entré en el local y en ese momento ella estaba detrás de la barra. Busqué algo trivial que decirle y seguí caminando hasta el baño. Jugué mis cartas. Cerré la puerta. Silencio. Solo mi respiración intermitente cortaba el aire. Lo partía en dos haciéndolo aún más espeso. Pasó una eternidad hasta que se abrió de nuevo la puerta. Allí estaba: ella y su mirada asestándome una bofetada, dejándome muda, helada, pero al mismo tiempo anhelante e impaciente. Apoyó la mano en la pared y me sentí atrapada. Segundos. Después lo vi todo claro. Hubo un antes y un después de ella. 


Microrrelato para "Los pájaros de mi cabeza", espacio que comparto con la ilustradora Lil Abi en el que se entremezclan arte y literatura. 

Recuerdos

Se paró en seco para inhalar profundamente aquel perfume evocador. Recuerdos de décadas anteriores se presentaban ante ella de forma instantánea. Una vida en blanco y negro, de lazos en el pelo y juguetes rotos, de voces que retumbaban contra paredes imaginarias formando un eco insistente. Frases ininteligibles que sólo cobrarían sentido en un presente que se hacía humo. El aire a veces es hueco y vacío. Otras, esa mezcla de gases pesa toneladas. Parece empaparse de pequeñas gotas de vida que permanecen en suspenso. Esperando quizás que un pequeño frasco tenga la capacidad de poder embotellarlas. Y etiquetar cada momento para hacerlo eterno, como prueba de que aquello existió realmente. 


Microrrelato para "Los pájaros de mi cabeza", espacio que comparto con la ilustradora Lil Abi en el que se entremezclan arte y literatura. 

Aislada

Sofía apoyó las manos en el cristal que rodeaba el patio. A lo lejos divisó lo que parecía ser un ave. Aquel pequeño ser vivo era prueba de que la vida se resistía a dejar nuestro planeta. En aquel momento, su madre comenzó a relatarle las causas que provocaron el gran desastre. De cómo el ser humano había inundado el globo con energías contaminantes. Entonces, el aire se hizo irrespirable y el mundo, incapaz de poblar otro planeta, decidió tapiar su vida con vidrio y contemplar un planeta que decrecía lentamente. 


Microrrelato para "Los pájaros de mi cabeza", espacio que comparto con la ilustradora Lil Abi en el que se entremezclan arte y literatura. 

Frágil




Demasiado tarde para devolver el brillo a tus ojos, para descubrir la ingenuidad por vez primera, para devolver la vida a los muertos que están bajo tierra, para frenar guerras sin sentido, para evitar que el agua termine en el océano y que los puños terminen en armas, en sangre. Demasiado tarde para cambiar tu destino, para evitar tus adversidades. Quise protegerte en la inocencia de los sueños imposibles. Quise vestirte con el disfraz de la utopía, adornándolo con la felicidad absoluta, la que no existe. Nada es absoluto. Lo que recibiste a cambio fue el peor de mis pronósticos. Te convertí en copa de cristal y cometí un error irrevocable: no detenerte cuando te dirigías hacia el suelo. 



Microrrelato para "Los pájaros de mi cabeza", espacio que comparto con la ilustradora Lil Abi en el que se entremezclan arte y literatura. 

No quiero verte

Vete, por favor, no quiero verte. Me avergüenzo de ser yo misma. Si me hubiese tragado las palabras, ¿evitaría un daño ahora irreparable? Quizás. Siento haber apretado el gatillo de mis pensamientos. Han salido a borbotones a través de mi boca en forma de humo, sigilosamente hasta confundirse con el aire. Y después, el silencio, el majestuoso telón que lo cubre todo, y nos calla la boca para siempre. 
Escupí todo lo que sentía, levemente hasta herirte, sin pedir ayuda a la frívola voz de la venganza. No hizo falta ningún arma para matarte, porque he apuntado en el punto exacto. En el que se consigue una herida inocua al resto del mundo, pero que permanece oculta esperando un destino irrevocable. Y ahora, deja que me esconda e intente acallar estas voces que suenan dentro, que exigen obediencia absoluta. Vete, por favor, no quiero verte morir de amor. 


Microrrelato para "Los pájaros de mi cabeza", espacio que comparto con la ilustradora Lil Abi en el que se entremezclan arte y literatura. Se ha publicado además en el espacio croadores de "Croa magazine"

Jugando con fuego

Caía un aguacero tremendo cuando salí del taxi. Sin paraguas, corrí a refugiarme bajo la cornisa de la clínica Villamil, un edificio moderno vestido de piedra antigua. Cinco minutos tardó el tiempo en conducirme al cataclismo. Él apareció de entré los pocos valientes que desafiaban al cielo. Por primera vez, nuestras miradas se encontraron. Permanecí inmóvil: creo que mi corazón dejó de latir un instante. Una chispa saltó entre nosotros y en seguida supe que se convertiría en llama. Porque sí, estaba jugando con fuego. Y lo sabía. Él había escogido esconderse en una vida paralela. Lejos de antiguas promesas y llena de palabras vacías. Yo lo sabía y, a pesar de todo, le di mi mano cuando me tendió la suya, sabiendo que aquello significaría mucho más que un simple contacto físico. Lo que vino después fue un beso breve pero intenso, del dulce sabor que únicamente tienen los primeros. Había firmado mi sentencia pero tenía muy claro lo que estaba haciendo: jugar con fuego. Y no tuve ninguna duda en desear quemarme. 


Microrrelato para "Los pájaros de mi cabeza", espacio que comparto con la ilustradora Lil Abi en el que se entremezclan arte y literatura. Se ha publicado además en el espacio croadores de "Croa magazine"

domingo, 8 de septiembre de 2013

Desesperación

Hacía tiempo que Elisabeth se había vuelto escéptica. En todo. Su corazón de pasta dura, inerte, inmune a cualquier impacto. Sólo había que mirarle a los ojos para darse cuenta de que no existía sentimiento alguno. Pero eso era lo que ella creía. Ingenua... Nada ni nadie tiene el poder de ir en contra de su propia naturaleza: la de su condición humana. Por eso cuando recibió aquella llamada, el hielo que corría por sus venas comenzó a derretirse. Y un ardor imprevisible se convirtió en un cosquilleo constante. No puede ser. Él no. Hacía tiempo que Elisabeth había renegado del sello de su propia existencia: su familia. Años atrás dejó todo lo que tenía, incluido un hijo, pequeño, vulnerable, ajeno a lo que su frívola madre comenzaría a ser. Una niñez que transcurrió sin saber cómo ni cuándo porque a ella le importaba muy poco. Nada. Pero cuando escuchó aquella voz, aquellas palabras anunciándole un futuro inmediato que ella no había previsto, comenzó a temblar. La desesperación se apoderó de ella. Se dejó caer en su sofá próximo, con la mirada perdida. Se derrumbó. Y sus ojos de hielo comenzaron, por primera vez en su vida, a derretirse. 


Microrrelato para "Los pájaros de mi cabeza", espacio que comparto con la ilustradora Lil Abi en el que se entremezclan arte y literatura. Se ha publicado además en el espacio croadores de "Croa magazine"

Gris

Te llamaré Gris. No se me ocurre otro nombre para alguien que se ha afincado en las sombras hasta hoy. La vida pasa y te limitas únicamente a vigilarla con tus ojos de perfecta cautela. Te llamaré Gris porque los colores no existen donde tú habitas. Y con ellos, con ese abanico eterno de oportunidades, entenderías por fin que la vida puede ser más fácil. Y podrías cambiarte de nombre entonces. 


Primera vez

Dicen que tengo buena memoria. Soy consciente de ello al recordar el día en el que cumplí cinco años. El hoy desaparecido cine Ronsell se me antojaba un edificio de increíbles proporciones a mis ojos inexpertos. Y la sensación de inmensidad al entrar en aquella sala oscura, silenciosa y vacía, contrastaba con el gran algarabío que acaecía en la calle. Tras unos minutos, la luz llenaba el espacio y, súbitamente, se hacía la magia para crear un mundo nuevo, real y ficticio al mismo tiempo. Daría lo que fuese para poder ver mi rostro en ese mismo instante, observar el reflejo irrepetible de las primeras veces. Era tan sólo un niño y, sin embargo, comparto muchas cosas con aquel momento tan lejano en el tiempo y tan cercano en la memoria. Varias décadas después, sigo sin faltar a mi cita. Aunque mi padre olvida por momentos aquellos resquicios del pasado y del suyo propio, los revive cada sábado con escenas que marcaron su vida. Le miro desde mi butaca contigua y, a veces, su rostro se llena de sorpresa y expectación, como una nueva primera vez. Me doy cuenta entonces del gran tesoro que ambos compartimos.

Finalista en el IV Certamen de microrrelatos de cine "Arvikis Dragonfly":

viernes, 6 de septiembre de 2013

El mundo al revés

Cada día que pasa tengo más claro en qué consiste el planeta que habitamos: el mundo al revés. Conscientes de la cada vez más precaria situación social, desconfiamos del que apenas nos puede hacer daño y confiamos en quien no debemos. No existe moralidad alguna. Solo egoísmo, avaricia y un puñado –demasiado grande– de desgraciados que están arruinando este país. Los lobos con piel de cordero son una especie en aumento. Millones de euros se nombran a diario en medio de noticias de corrupción y cifras astronómicas que parecen calderilla en manos poderosas. El dinero está ahí, jamás se ha ido, solo pulula de una mano sucia a otra de su misma condición. Y, mientras, muchos pasan hambre o se han visto en la calle por no haber podido pagar su hipoteca religiosamente. En ese caso, su banco se adueña del piso y la deuda continúa vigente, como un tatuaje imborrable en la piel de los desahuciados, que pasan a ser vulnerables ciudadanos sin apenas derechos frente a un sistema que se ha cargado de un plumazo el estado de bienestar. Mientras, la gran mayoría dirige su vista hacia otro lado. Esto, obviamente, no le ocurre a los grandes poderosos de manos manchadas por la corrupción, que ya habrán previsto el posible destape de sus ilegalidades y guardado algunos milloncitos sin importancia en algún paraíso fiscal. Además, si encima alguno de ellos ha compartido colchón con alguien de sangre azul la corrupción no supone conveniente alguno para recibir suculentas ofertas de empleo desde el extranjero. Imagínense una situación similar para un ciudadano común. Imposible, ¿verdad? Insisto, el mundo al revés y la lógica arrastrada por los suelos. 

Poco a poco, nuestros derechos van mermando y las leyes impuestas son cada vez más injustas. Como dijo Gandhi, "cuando una ley es injusta, lo correcto es desobedecer". No es mi intención ser extremista, pero el sentido que tiene esta frase se incrementa a pasos agigantados. 

jueves, 8 de agosto de 2013

¿Escuchas?


Bailar aunque no suene la música, eso sí que tiene mérito. Porque las notas forman corrientes en el aire, siempre, aunque no se escuchen. El mundo frena en seco a veces y, sin embargo, hay melodías que continúan sonando. ¿Escuchas? Quizás subiendo el volumen se apaguen otras voces, que suenan a canción triste. Lo mejor sería que lloviese y, así, al más puro estilo Gene Kelly, desafiar por fin a las tormentas. 


viernes, 19 de julio de 2013






Dulzura y fragilidad que se esconden 
en un placer quebradizo. 
Engaño a la vista y a la boca ingenua. 
Los labios se acercan,
ilusos, 
impacientes ante la seducción experta, 
bajo la hipnosis del fruto prohibido. 

lunes, 15 de julio de 2013

Viento que sopla en direcciones opuestas



Te pedí que no soltases mi mano y me ignoraste, destrozándome en mil pedazos hasta confundirme con la arena que ambos compartimos. ¿No te das cuenta? Recorremos un mismo sendero, seguimos la misma ruta. Juntos. ¿No es suficiente? Ahora que la soledad nos rodea con su manto apático, te distancias. No se qué habrás utilizado para romper los cimientos que forjaban nuestro pequeño planeta, ahora convertido en polvo. Quizás la culpa fue mía, que traté de retenerte con una cuerda imaginaria. Y atarte no ha servido de nada. A ti no, que eres un alma libre. Por eso escapas de aquí. Porque el viento sopla siempre en direcciones opuestas, y tú buscas aliento en alguna de ellas. Mientras, yo permanezco en una quietud permanente, sin viento y sin aire qué respirar.



viernes, 12 de julio de 2013

Diminuto


Me he dejado tomar el pelo. Elegí la condición de ser diminuto y me equivoqué, claro. Yo pensaba que así podría deslizarme por cualquier rincón, escabullirme de todo lo que no me interesara. Poder infiltrarme donde se me antojase también. Qué engañado estaba... Al final, convertirme en diminuto ha sido un timo. Nadie me había hablado de la soledad. Y de lo que conlleva haberme convertido en algo tan minúsculo, casi invisible. Ahora soy consciente de mi error. Ahora que veo el cielo tan lejos y las paredes no dejan ni siquiera un halo de luz para mí.