domingo, 30 de junio de 2013

Vuelo de papel

Mis dedos moribundos te acarician ante la muerte que acecha. Desconozco que lo nuestro se acabará pronto y yo, ignorando lo que el destino tiene previsto para ti, continúo tocándote... Es el recuerdo de un recuerdo que se borra. ¿O fue solo un sueño? Porque el arroz se pudrió en el suelo y, ahora, en mi alma. Agotadas las ilusiones y roído el futuro, no hay fuerza suficiente en mi aliento. Solo suspiro. Una maleta cargada de obligaciones puso kilómetros de agua entre ambos. El aire te llevó lejos. Ni siquiera un destino fue capaz de esperarte y del cielo no llegaste a bajar nunca. Sin embargo, la realidad no parece visitarme e irónicamente continúo en el rincón de siempre, anhelando tu vuelta. Aquí en la penumbra de un mundo del que ya no formo parte. Me resigno y subsisto. 

domingo, 16 de junio de 2013

Retrato de un desconocido

La galería era un bullicio de gente. En las paredes neutras permanecían suspendidas representaciones de realidades lejanas, ecos de una guerra que aún permanecía patente y, en su mayoría, retratos profundamente evocadores. Me quedé momentáneamente estática cuando me topé con aquella fotografía de gran formato. No había dudas. El hombre que aparecía retratado era el mismo que días antes me había  abordado en plena calle. Aquel desconocido insistía en hablar conmigo y sabía mi nombre. Sin embargo, el modo en que me sujetó el brazo hasta hacerme daño engendró un temor en mí que hizo que saliese corriendo. Su semblante denotaba impasibilidad y, sin embargo, pudo absorberme los suficiente para hacerme comprender que un halo malévolo emanaba de él. Mi cuerpo cambió en las horas siguientes y un malestar profundo se negó a abandonarme.  Ese mismo día volví a verlo, en medio de una amalgama de gente en una céntrica plaza. Fue un instante breve pero incendiario. Su mirada inescrutable se clavó en mí sin mostrar el más mínimo sentimiento. Después, se desvaneció con rapidez. Hasta hoy, lo veía en medio de sombras y caras sorprendentemente similares. Desconozco si fue mi propia obsesión la que lo ubicaba en todas partes o si realmente aquel desconocido me estaba siguiendo. Puede que llegase el momento de salir de dudas. Tras despertar de mi breve ensimismamiento, observé el título de la obra: “autorretrato”. Súbitamente, mi sangre se convirtió en hielo.

sábado, 8 de junio de 2013

Lo único inmutable tras el regreso

Diez años. Mucho tiempo sin sentirlo. Lo había echado tanto de menos... El mar había sido testigo de su vida, espectador silencioso que no opina ni juzga, pero que siempre estaba presente. Antía no fue consciente de lo importante que era hasta que tuvo que apartarlo de su vida. Había llegado a ser su confidente. Infinitas veces. Al atardecer, ella se acercaba y se sentaba frente a él, se miraban a los ojos mutuamente, embelesados. Ella le contaba y contaba, desahogos, penas, sueños. Él, con paciencia, le hablaba muy despacio, casi arrullándola. Aquel manto cristalino sabía muy bien qué decirle, porque Antía volvía a casa con menos peso sobre sus espaldas. El mar, como muchas veces, le había inyectado el analgésico más oportuno.

Una decada. Mucho tiempo sin sus consejos. Lo había echado tanto en falta... Diez años sumida en un estado de inconsciencia, limitando su vida a movimientos mecánicos. Viviendo entre paréntesis. Esperando el viaje de regreso. Y ahora, frente a él por fin, tras una eternidad, se daba cuenta de cuánto lo amaba. Diez años es mucho tiempo. Lo que Antía había dejado a sus orillas eran hoy esqueletos, polvo. Todo se había consumido. Diez años para encontrar un mundo vacío. Por suerte, el mar seguía siendo el mismo.