lunes, 16 de septiembre de 2013

Cerebro a punto de descomponerse

El velocímetro aumenta vertiginosamente. Y las prisas se suman también a la indiferencia, a la incomprensión. Porque vivimos una era en la que la información nos desborda, en la que aún no hemos digerido el presente cuando nuevos acontecimientos nos azotan, que siempre superan a los anteriores. Vivimos en un mundo en el que nos han puesto una venda en los ojos. Invisible. Y somos incapaces de aceptarlo. Ya no hay impacto, ni tan siquiera sorpresa. Permanecemos en un continuo deseo de pasar página pero, ¿hacia dónde? Un incipiente individualismo nos acecha a pesar de nuestra continua intercomunicación. Las cuerdas imaginarias que nos sujetan a nuestros móviles, a una vida virtual, son cada vez más fuertes. Mientras lo que sucede a nuestro alrededor, en la auténtica realidad, pasa desapercibido. No existe. Y, a pesar de todo, no somos conscientes de ello. Mientras tanto, cada uno de nuestros movimientos está siendo vigilado ante nuestra propia ignorancia, ¿o quizás pasotismo? Sí, somos egoístas por naturaleza, como cualquier ser vivo. Sin embargo, tenemos la capacidad de comunicarnos, de adquirir una cualidad indispensable para ser cómo somos: el lenguaje. Aunque a veces, demasiadas, tenemos la sensación de no estar hablando el mismo idioma... Estamos creando burbujas individuales totalmente equipadas. Así, dentro de ellas, sin necesidad de interactuar con el medio "real" que nos rodea, podremos comunicarnos con cualquier punto del planeta gracias a la tecnología. Nos complicamos, y mucho. ¿Acaso no es más emocionante poder conversar mientras nos miramos a los ojos, sentir la calidez de un abrazo, la fragilidad de un beso? 
Ahora veo por décima vez la metrópolis que Fritz Lang había imaginado y, sorprendentemente, no hay que hacer muchos esfuerzos para ver las similitudes entre nuestra sociedad actual con la que la imaginación de los años veinte había creado. No importa el amor ni la amistad, porque solamente vivimos un reflejo de esos sentimientos. Y me pregunto, ¿estaremos viviendo una realidad paralela? Lo qué sí es cierto es que nuestro cerebro no puede con todo. Se siente saturado. Quizás somos máquinas que aguantan hasta un límite. Hasta qué el cerebro no pueda más y termine por descomponerse.


Microrrelato para "Los pájaros de mi cabeza", espacio que comparto con la ilustradora Lil Abi en el que se entremezclan arte y literatura. 

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