lunes, 9 de septiembre de 2013

La llave

El miedo nos obliga a llevar numerosas llaves que abren y cierran nuestros espacios y pertenencias. Queremos asegurar todo lo que nos rodea. Todo, sin excepciones. Una mañana te despiertas y eres consciente de que tú misma te has puesto una cerradura. Te has quedado encerrada y has perdido la llave. Alguien la custodia por ti o, en el peor de los casos, se la ha apropiado para siempre. Mientras tanto, tu único deseo es permanecer en ese cuarto conocido y familiar. En él no existe opción al cambio: tienes el control de tus actos, el poder de las decisiones fáciles, de los acontecimientos sin turbaciones, de lo matemático y lo predecible. Es probable que alguien haya venido a verte, llamado a la puerta y, tú, al otro lado, ignores lo desconocido aparentando ausencia. La preocupación por mantener tu coraza intacta borra cualquier gesto que altere tu supuesta tranquilidad. No hay curiosidad ni intenciones. Nada. Y quien quiera que esté al otro lado, tampoco tiene la llave. 
Un buen día alguien llama. Es extraño: no esperabas visita. No ha llamado como cualquiera, con gestos matemáticos y fotocopiados. Algo lo hace distinto. Hay en suspenso una extraña mezcla que huele a deseo y duda. La desconfianza te susurra: "no te acerques, no tientes a la suerte". Y sin saber por qué, algo desde dentro te insta a bajar la guardia. Quizás sea el magnetismo que emana del otro lado. De pronto, el pomo gira y la puerta se abre muy despacio. Y te atreves, al fin, a vivir una vida sin guiones, sin verdades absolutas, porque alguien ha abierto la puerta más inaccesible de todas: la que se esconde bajo tu pecho. Alguien, por fin, ha encontrado la llave. 


Microrrelato para "Los pájaros de mi cabeza", espacio que comparto con la ilustradora Lil Abi en el que se entremezclan arte y literatura. 

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