lunes, 16 de septiembre de 2013

Noches salvajes, mañanas dulces.

La puerta se cierra de golpe con un ruido seco. No importa, es demasiado tarde para sentirme princesa de un cuento. El zapato quedó atrás y camino descalza. Totalmente. Ninguno de los dos estamos cuerdos. No lo suficiente como para llevar la lentitud en nuestros gestos. Nos besamos arrancándonos cada segundo a gritos, ahogándonos, pensando en que cada aliento evaporado se esfumará para siempre. Nos comemos nuestro mundo bruscamente, casi con violencia. No hay sutilezas. Ebrios del aire que se forma entre nosotros, fundiéndonos en uno para no perder ni una gota de ese ambiente apetitoso y viciado. La sangre arde, el cuerpo apremia. Parece que la vida se nos escapa, que queramos desfallecer hasta la muerte. 
Cuando la luz de los amaneceres desteñidos dibuja con ironía en la pared, cuando el olor del café me despierta, la almohada está fría. Tu lado de la cama respira ausencia. Quizás no tenga memoria, pienso, aún siendo testigo de nuestra propia combustión. Dicen que las tempestades necesitan calmas. Dicen que las noches salvajes necesitan mañanas dulces.




Microrrelato para "Los pájaros de mi cabeza", espacio que comparto con la ilustradora Lil Abi en el que se entremezclan arte y literatura. 

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