martes, 10 de septiembre de 2013

El placer de las pequeñas cosas

Creí que no llegaría a tiempo. Tras la muchedumbre que parecía congestionar las calles y la perpetua banda sonora de bocinas, la ciudad parecía impregnarse de una coraza que cubría su auténtica identidad, perdiéndome todo lo que merecía la pena. Sin embargo, yo hacía caso omiso a todo lo que la ciudad escupía a gritos. Llegué a mi destino y por fin se acabaron las prisas. Tenía una cita ineludible con el primero de mis placeres cotidianos. Me senté en el rincón que llevaba un letrero invisible con mi nombre, una esquina solitaria en la parte más lejana de la entrada. Y llegó el momento en el que sostuve el café entre mis manos, caliente, sin azúcar, dejándome con el aliento en suspenso. Cerré los ojos y dejé que los rayos más madrugadores del día me acariciaran. Saboreando aquel instante insignificante recordé todo aquello que rompe la gris monotonía y la convierte en rutina de colores inimaginables. Comencé a pensar y pensar me llevó al deseo. A desear hundir los pies en la arena, sintiendo toda su textura mientras el olor a sal, a mar, lo ocupa todo; respirar el aire puro entre los eucaliptos, mientras la madera, viva, cruje y los pájaros conversan; el olor a hierba mojada tras la tormenta, un abrazo, un susurro sin palabras, sus silencios, la sonrisa de un niño que ni siquiera conoces o quizás cualquier otra que te ofrecen de forma gratuita, sin esperarlo, y terminan sorprendiéndote. Significa que hay mucho cerca, y nosotros nos empeñamos constantemente en alejarlo, aparentando que no lo hemos visto. Qué valor tienen esos pequeños detalles, reyes de lo desapercibido, que pasan de puntillas hasta hacerse un hueco en las almas más sensibles. A veces deberían recetarse menos fármacos y más horas vacías, para que lo único que exista sea nada. Y detenernos a observar pausadamente lo que nos rodea, sin prisas. Y salir por fin de este mundo que nos ofrece una felicidad encubierta. Y sentir, intensamente y sin remilgos, sin máscaras ni teatro. Sólo así, la vida cobra sentido. 


Microrrelato para "Los pájaros de mi cabeza", espacio que comparto con la ilustradora Lil Abi en el que se entremezclan arte y literatura. 

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