sábado, 8 de junio de 2013

Lo único inmutable tras el regreso

Diez años. Mucho tiempo sin sentirlo. Lo había echado tanto de menos... El mar había sido testigo de su vida, espectador silencioso que no opina ni juzga, pero que siempre estaba presente. Antía no fue consciente de lo importante que era hasta que tuvo que apartarlo de su vida. Había llegado a ser su confidente. Infinitas veces. Al atardecer, ella se acercaba y se sentaba frente a él, se miraban a los ojos mutuamente, embelesados. Ella le contaba y contaba, desahogos, penas, sueños. Él, con paciencia, le hablaba muy despacio, casi arrullándola. Aquel manto cristalino sabía muy bien qué decirle, porque Antía volvía a casa con menos peso sobre sus espaldas. El mar, como muchas veces, le había inyectado el analgésico más oportuno.

Una decada. Mucho tiempo sin sus consejos. Lo había echado tanto en falta... Diez años sumida en un estado de inconsciencia, limitando su vida a movimientos mecánicos. Viviendo entre paréntesis. Esperando el viaje de regreso. Y ahora, frente a él por fin, tras una eternidad, se daba cuenta de cuánto lo amaba. Diez años es mucho tiempo. Lo que Antía había dejado a sus orillas eran hoy esqueletos, polvo. Todo se había consumido. Diez años para encontrar un mundo vacío. Por suerte, el mar seguía siendo el mismo.




No hay comentarios:

Publicar un comentario