La boca del metro aspira mi espectro.
Y apenas soy lámina
milimétrica
en este océano de fuego.
Atmósfera enrarecida.
Amalgamas descoloridas y espesas.
Sombras tristes que se alternan
en este laberinto de intestinos de cemento.
Es vacua mi imagen a ojos extraños.
Soy un punto rojo en un damero sucio.
Las paredes desteñidas sostienen
el veneno pestilente.
Escupen y sonríen.
Así es el juego en este nido de víboras.
Continúo la partida.
Es mi turno.
Aunque un gas letal oprima mi garganta:
aquí,
la valentía no tiene la capacidad
de humanizarse.
Sólo respirar y evitar ahogarse.
Respirar.
Respirar.
Respirar.
Y sudar el veneno hasta la fiebre.
Huir o confiarnos a un regreso improbable.
Huir o permanecer de brazos cruzados.
Huir o no ser Vida
en esta encrucijada de vidas subterráneas.
Es el turno de
quitarnos la mordaza y apretar el paso.
De doblegar el redoble de tambores estridente
bajo mis zapatos de piedra pómez.
De avanzar hasta la fiebre.
A cuestas,
un refugio de maletas vacías.
Es liviana la huida con el corazón libre.
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