Antes de que la consciencia
quede en suspenso,
los pensamientos se disfracen,
los músculos se aflojen;
lo cotidiano remite
y lo excéntrico sucede.
El turno de noche decide.
Su voz se vuelve indispensable.
Todo es posible,
salvo banalidades.
Los conceptos se suceden.
Abruptos,
rebosantes de mensaje.
Y en el devenir de la noche
surge
el milagro de lo extraordinario.
Desesperante insomnio,
pegamento en los párpados,
hormigueo que recorre las venas.
No las mías:
son conductos prestados por alguien impertinente.
Arterias de mi alma alquiladas
por horas nocturnas.
Ideas que fluyen tan rápido,
tan rápido,
que se escapan.
Tinta que se desliza
con premura y con miedo
a olvidar las palabras.
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