sábado, 29 de noviembre de 2014

Duermevela


En los sueños las pupilas están dilatadas 
y no duelen los ojos.
Los ríos son blancos
y el agua puede contenerse

tras barrotes en jaulas.
No existen cuerdas con cabos: 

son infinitas.
Sólo cuando aparece la rabia. 

Ahí sí que la soga aprieta.

Los ojos son esclavos
de una historia imaginaria.
La saliva está impregnada de memoria. 

Tiene un sabor a viejo regusto a moho, 
a otoño que no seca.

Alucinaciones nocturnas que inducen 
sogas imposibles de aflojarse.
No hay ilusionista capaz
de vencer la furia.

No puede guardarse en jaulas, 
ni siquiera en urnas
y dejar
que se escape por las ranuras.


Hasta que el recipiente revienta 
por no soportar la presión
del flujo blanco que lo llena. 

Todo se rompe. 
La jaula, la urna.
Un crujido se escucha.
Los barrotes se quiebran.
Fragmentos afilados se amontonan 

en el suelo y se mojan.
Surgen ríos y más ríos blancos. 
Infinitos caudales colmados de cólera. 
Hasta despertar del mal sueño
y los ojos esclavos
alcancen
una nueva quimera. 




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